La victoria de Trump representa un cambio de dirección en la política global. Argentina deberá ser astuta para no quedar relegada a ser solo un proveedor de materias primas.
Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca, marcando un momento que quedará en los anales de la historia contemporánea por su relevancia y, en muchos aspectos, por sus implicaciones globales. La victoria de Trump, que superó por más de cinco millones de votos a su contrincante, es un hecho que invita a reflexionar sobre las dinámicas políticas y sociales que definieron esta elección. Se trató de un proceso en el que Trump logró conectar con las “mayorías difusas”, un concepto que expone la lucha entre grupos masivos que buscan representación y las “minorías intensas” que presionan desde agendas específicas.
El nuevo presidente hizo promesas claras: reindustrializar el país y devolverle a Estados Unidos su carácter de potencia productiva y no solo de mercado financiero. Este cambio de rumbo, en el que se priorizará la protección del salario y el empleo, es una señal clara de que la política interna de EE.UU. se inclinará hacia un proteccionismo más marcado, con barreras comerciales que impactarán a muchos países, incluida Argentina.
La realidad para Argentina es compleja. Debemos entender que no estamos en el centro de la agenda estadounidense. Hoy, el verdadero desafío de Estados Unidos es su relación con China, una “nueva Guerra Fría” en la que la competencia tecnológica está en el corazón de la disputa. América Latina, por tanto, quedará en un segundo plano, y solo recibirá atención en la medida en que mantenga baja conflictividad y se alinee con los intereses de estabilidad que busque promover la administración de Trump.
Para nuestro país, este nuevo capítulo exige habilidad política y estratégica. No podemos limitarnos a ser meros proveedores de materias primas; necesitamos presentar proyectos que aporten valor agregado y puedan ser útiles en los grandes proyectos estadounidenses. En otras palabras, debemos ser astutos para ofrecer propuestas que beneficien a ambas partes y nos permitan obtener ventajas en un contexto internacional adverso.
Es evidente que veremos a un Trump más fuerte, respaldado por un Congreso con posibles mayorías republicanas y una justicia que históricamente ha favorecido su línea ideológica. A pesar de sus complicaciones legales, con varias causas penales pendientes, es improbable que estas interfieran de manera significativa en su gobierno. Los próximos meses estarán marcados por la renegociación con la OTAN y la conclusión del conflicto en Ucrania, lo cual definirá las prioridades en la política exterior de Trump.
Finalmente, América Latina deberá observar y adaptarse. Las alianzas estratégicas deberán repensarse para no quedar fuera de los esquemas proteccionistas de un Trump que, sin titubear, impondrá restricciones si las considera necesarias para defender los intereses estadounidenses. Lo importante será encontrar los espacios de oportunidad dentro de este escenario y entender que, más que nunca, la política internacional se ha convertido en un juego de intereses donde sobrevivir y prosperar requerirá astucia y pragmatismo.
Diego Merlo