HOY "EL REFUGIADO"

El plan siempre estuvo en marcha

02 de Noviembre, del 2024 - Columnistas

Por | Marco Fernández Leyes - Periodista y escritor. Publicó los libros “Tragadero. Cuentos y relatos”, “Es inútil que corras” e “Intergrafías”. IG: @marcofernandezleyes

 

La Argentina estuvo condenada desde el inicio a dividirse como parte de un plan maestro que fue ejecutado durante doscientos años y concluyó con la desintegración del país. Ahora dos modelos antagónicos mantienen una especie de reversión de la guerra fría que se libra en todos los frentes: político, cultural y militar. Les suena familiar, ¿no es cierto? ¿Quién de nosotros podría negar que alguna vez evaluó esa posibilidad durante noches de insomnio? Es que se trata de un “qué pasaría sí” demasiado interesante como para descartarlo de buenas a primeras sin darle una chance de evolucionar. De hecho, es la premisa que Gonzalo Garcés utiliza de eje para su nueva novela, “El refugiado” (Seix Barral, 2024), que llegó a las librerías semanas atrás y se plantea como un ejercicio que funciona en varios niveles, porque coloca sobre nuestra mesa un menú con la combinación perfecta para trazar y reconstruir una historia nacional plagada de conspiraciones y subterfugios. 

Gonzalo Garcés. 


Veinte años después de la secesión ocurrida en la segunda década del siglo veintiuno, los resultados están a la vista: Argentina y Estado Libre enfrentan realidades contrastantes. La primera ocupa la mitad sur de lo que otrora fue su homónima y continuó desbarrancándose a través de un precipicio político, económico y social que parece no encontrar fondo. En frente tiene al país más joven del mundo, el de mayor evolución y crecimiento, abundante, culto, perfecto. Una superpotencia en toda regla. 


En medio, como pasa siempre, las personas viven una dualidad cimentada entre las convicciones profundas que las movilizan a defender cada uno lo suyo al tiempo que miran de reojo los movimientos del vecino. Pobreza, opresión y un exacerbado sentido de la moral chocan contra la prosperidad, el desprecio por los otros y la culpa de quienes, en apariencia, lo tienen todo. 


El malestar que genera el reflujo constante de no poder distinguir al compatriota del enemigo, al extranjero de nuestras madres o el espía del hermano vuelve una y otra vez al imaginario de los habitantes de Argentina. ¿Qué sucede cuando aquel a quien debemos odiar habla, respira y nos mira del mismo modo que lo hacemos nosotros? ¿Cómo lidiar con la necesidad de guiarnos por cuestiones tan intangibles y subjetivas como los aires de superioridad con que se manejan por la vida los habitantes del Estado Nuevo, el modo en que desvían la vista o la actitud con que enfrentan ante los avatares de la vida?


Resulta muy difícil desprenderse del sentido de identificación que nos envuelve a medida que avanza la narración y ese logro de Garcés es lo que en múltiples ocasiones provoca que gritemos: pará, pará, pará. ¿Por qué no me resulta tan descabellado trasponer esta ficción a la realidad? Quizá porque la zona de frontera entre lo que fuimos, somos y deseamos es tan porosa que nos tienta con su perfume para lanzarnos a sus brazos y hallar un culpable. Que de tal guisa se trata la cosa siempre. En ese escenario, la propuesta de que los propios padres fundadores fueron quienes en la gesta revolucionaria de 1810 depositaron el huevo de la serpiente es una posibilidad que implica repensar por completo el pasado (o el futuro que siguió al nacimiento del país) bajo un nuevo tamiz.  A partir de ese punto la historia, la nuestra, adquiere una densidad y significado distinto. Podría decirse que de algún modo se hace presente el sentido cuya ausencia solemos reclamar como en un tango trasnochado. ¿Por qué nos pasa esto? ¿Para qué? Ahí está, fue por eso, dicen los personajes para advertirnos que solo a través de la ficción podemos aproximarnos a la verdadera esencia de las cosas y apreciarlas de la manera correcta por primera vez. Al estilo del momento ¡Eureka! de los exploradores cuando advierten que durante todo el recorrido estuvieron leyeron al revés el mapa y por eso nunca se acercaba al sitio que buscaban. Igual que ellos, al disponer las piezas en el orden que deben ser es que decodificamos el sistema.


“El refugiado” se inscribe en un legado de distopías y ucronías en la literatura argentina que tiene entre mis favoritos a “El día que mataron a Alfonsín” (Dalmiro Sáenz, 1986), “La venganza de Killing” (Rarafel Bini, 1993) y “Mi pequeña guerra inútil” (Pablo Farrés, 2017) ordenados en estricto orden de publicación.

La novela es editada por Seix Barral


Hacen falta más libros como estos en los que revisitemos nuestra historia nacional y nos animemos a jugar con ella dejando de lado la solemnidad y enfrentándola con la irreverencia del rock o, mejor aún con la del punk, para romper con cualquier esquema y atrevernos a la burla, a los escenarios polémicos, a la risa, a cualquier posibilidad que consideremos oportuna por más descabellada que parezca. Afortunadamente la ficción no depende de los límites que comprimen a la realidad y solo en aquella tenemos la oportunidad de despojarnos de cualquier corsé cotidiano para darnos el lujo de navegar a través de nuestros deseos, repulsiones y odios y explorar las posibilidades que subyacen en lo que alguna vez fuimos, pero también en lo que somos y lo que podríamos ser.


Marco Fernández Leyes